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jueves, 17 de enero de 2013

Después de comer (III)



Como era de esperar, los macarrones estaban deliciosos. Cogí mi plato apurado y lo llevé a la cocina. Mientras tanto mi madre acababa de comer y conversaba con mi padre sobre cómo estaba el campo. Según él este año habría buena cosecha. Yo, tenía una oreja puesta en su conversación y la otra en el Inspector Gadget que acababa de empezar en Televisión Española. ¡Qué tiempos aquellos en los que hacían dibujos después de comer! Ya había visto el capítulo, y sabía que de nuevo no le vería el rostro a Dr. Gang y que sería de nuevo la sobrina del inspector, Sophie, la que resolvería el caso junto con su perro, superinteligente, Sultán. Es por ello que en mi cabeza seguía el mismo pensamiento. Qué o quién era Garrampón.

Al poco de acabar de comer mi padre se marcha a echar la partida de cartas al bar. Y es entonces cuando mi madre decide sentarse a mi lado.

- ¿Quién es Garrampón? -pregunto por nonagésima vez.

- ¡Aaaayy hijo! -esboza una sonrisa.- Garrampón era el dueño de la casa y de las tierras para las cuales trabajaba tu padre y toda su familia cuando vivía en Cenizate. Toda tu familia paterna vivía en su casa y trabajaban para él. Allí vivían, tu padre, sus hermanos, sus primos, tus abuelos y tus bisabuelos. Tu bisabuela pronto se quedó viuda. Su marido, tu bisabuelo, que se llamaba Juan Francisco se fue a la guerra y nunca volvió. De forma que tu bisabuela, la abuela María, se convirtió en una especie de ama de llaves de la casa.

- ¿Y qué es una ama de llaves? -pregunté yo.

- Un ama de llaves es algo así como una criada, además de hacer las labores domésticas, también se encarga de dirigir al resto de trabajadores de la casa. Dicen "las malas lenguas" que Garrampón siempre fue un hombre soltero, aunque curiosamente ese no era su nombre, era su mote. Su nombre verdadero era Juan Francisco también. Y que de alguna forma mantenía una relación con tu bisabuela. Cosa que nunca se llegó a demostrar. Por eso, hay gente en el pueblo que cree que parte de tu familia no es familia directa de tu bisabuelo Juan Francisco, sino de Garrampón. Además todo se lió un poco más cuando Garrampón murió.

- ¿Qué pasó entonces mamá? -estaba superintrigado.

- Pasó que al morir Garrampón y no dejar testamento. Sus sobrinos heredaron la casa y todas sus tierras. En seguida ellos quisieron venderlas. Y vinieron al pueblo con la intención de hacerlo. Fueron días muy duros para tu familia, ya que la mayoría pensaba que en cuanto vendiesen las tierras y la casa, ellos se quedarían en la calle y sin nada.

- ¿Y entonces qué pasó?

-Pasó que al llegar los sobrinos a la casa empezaron a hacer todos los papeles de la vivienda y las tierras y las pusieron a la venta. Además pusieron a tu familia una fecha tope para abandonar la casa. Mientras tanto el único trabajo de tu familia era recoger y vaciar las pertenencias de Garrampón donde ellos quisiesen y buscar un lugar para guardar las suyas propias. ¿Pero hubo una casualidad?

-¿Qué casualidad? -aquel argumento ya me parecía de película de misterio.

-A tu padre y a sus hermanos les encomendaron un trabajo poco duro ya que eran los más pequeños de la familia. Tenían que vaciar la biblioteca de Garrampón y deshacerse en la medida de lo posible de parte de los libros que allí hubiese.

Y allí estaba mi padre. En aquella biblioteca en la que tantas veces había estado en su infancia. Desmantelándola, vaciando estantería a estantería. Libro a libro. Primero, se deshicieron de todos los libros que se encontraban en los estantes más bajos para más tarde coger la escalera y comenzar con los más altos. Mi padre por un momento recordó el libro de animales. Recordaba en el estante en el que se encontraba. Cogió la escalera sin que nadie se diese cuenta. Su intención era robar el libro. No quería deshacerse de ese recuerdo. Quería conservarlo fuese como fuese. Lo iban a perder todo, pero él seguía queriendo el libro de Zoología que de tantos males le había salvado. Subió hasta el último estante y lo cogió. Bajo rápidamente de la escalera y escondió el libro debajo de la cama de su habitación.

Por la noche, cenaron todos juntos algo que había preparado mi abuela María. La tensión se mascaba en el ambiente. Mi familia estaba perdida. No sabían qué sería de sus vidas. En cuanto los niños acabaron sus cenas se dirigieron a las habitaciones. Mi padre entró en la habitación junto con sus hermanos. Por un momento no pensó decirles nada, pero no podía guardar el secreto por más tiempo. Así que sacó de debajo del colchón el libro de Zoología. Todos lo conocían, porque en algún momento Garrampón los había llevado a la biblioteca y les había contado historias sobre animales desconocidos. Sopló la tapa para retirar el polvo acumulado y en un corro junto a sus hermanos se dispuso a abrir el libro. Iba pasando las páginas mientras todos admiraban las imágenes que allí se veían. De pronto, en el centro había unas cuantas hojas escritas en algo parecido al papel moneda. Estaban asombrados, no sabían de la existencia de aquel documento y por supuesto, tampoco lo entendían. Lo guardaron con sumo cuidado y al día siguiente se lo mostraron a mis abuelos.

- ¿Qué era ese documento mamá?

- Pues hijo, era el testamento de Garrampón. Durante días hubo un gran revuelo en tu casa y las casas vecinas. Tuvieron que comprobar que el documento era verdadero. Vino hasta un notario de la ciudad porque Garrampón había dejado parte de su herencia a sus sobrinos. Pero lo que nadie esperaba ni podía imaginarse es que la otra gran parte, parte de la casa y parte de las tierras las dejó en herencia a tu bisabuela María y por lo tanto, a toda tu familia. Incluyendo a tu padre.



A mis padres.

lunes, 14 de enero de 2013

Zoología (II)



Hoy estoy un poco pachucho. Ya sabéis, los típicos síntomas del resfriado de esta época. Junto a mi ordenador, ahora, una pila de pañuelos llenos de mocos, ojos cansados y un cierto dolor de cabeza. Esto me hace recordar mi infancia, cuando aún no estaba operado de anginas y con frecuencia las placas de pus se acumulaban en mi garganta. Era una sensación doble porque me ponía malísimo. Cogía mucha fiebre y titiritaba hasta tapado con cuatro mantas. Pero tenía la ilusión que se pasaría y que después habría crecido un par de centímetros. O por lo menos eso era lo que me aseguraban mis padres. Ahora pienso que me lo decían para que creyera que tarde o temprano me pondría bueno y que tendría que poner de mi parte para que eso ocurriese. 

También era una sensación buena porque durante eso días de fiebre mis padres estaban muy encima mío cuidándome. Recuerdo que estaba deseando que mi padre volviese del trabajo. Siempre que me encontraba así se acercaba a mi habitación y me preguntaba cómo me encontraba. Además tenía un termómetro natural en la mano. Con solo reposarla sobre mi frente sabía medir mi estado. Entonces se marchaba a la cocina y cogía un paño, lo mojaba con agua muy fría y volvía a la habitación para colocármelo en la frente. Era una sensación de alivio indescriptible cuando notaba el frío sobre mi cabeza. 

En poco instantes me encontraba mucho mejor. Entonces mi padre cogía uno de los libros de animales de mi estantería y me lo enseñaba página a página. No era un gran narrador, pero entre los dos comentábamos los diferentes animales que allí aparecían. Yo ya los conocía casi todos. Me contaba que cuando él era pequeño vivía en una casa de campesinos en la que toda la familia trabajaba para un amo. Siempre hablaba muy bien de él. Pues era el que daba cobijo a toda su familia y el que los alimentaba fuera un año de buena o de mala cosecha. 

Me explicaba que tenía en casa una habitación que parecía una biblioteca. Yo imaginaba una biblioteca grandiosa llena de libros de todas las clases. Una habitación con dos paredes llenas de estantes. Una biblioteca de esas con escalera corredera para llegar a las estanterías más altas. Imaginaba una habitación toda hecha de madera y que al fondo solo quedaba una mesa de despacho con un sillón muy cómodo de color azul que estaba orientado a una chimenea en la que la leña emitía un calor abrasador y reconfortable al mismo tiempo. 

Mi padre me contaba que cuando estaba enfermo solía llorar muchísimo a causa de la fiebre y cuando los paños fríos de su madre ya no funcionaban era el amo de la casa el que se encargaba de consolarlo. Lo llevaba a aquella biblioteca, cogía la escalera corredera, la movía en dirección a un libro que se encontraba muy alto, subía y lo cogía.  Imagino aquel libro grande y marrón, de esos que hay que soplar para retirar el polvo acumulado y poder ver el título. Zoología. Entonces, él, se sentaba junto al fuego en el sillón y cogía a mi padre en su regazo. Abría el libro y empezaba a contarle historias sobre animales que mi padre desconocía totalmente y que solo había visto en los dibujos de aquel libro. Le hablaba sobre el largo cuello de las jirafas, el grosor de los hipopótamos, el rugido del león y la piel de las cebras. Tenía tal oratoria que mi padre se relajaba tanto que olvidaba por completo su fiebre y acababa dormido en sus brazos.

Después de aquella historia de animales de la jungla en la biblioteca de madera, yo también acababa relajándome, mi padre retiraba el paño que ahora estaba caliente y ya dormido me daba un beso en la frente.

Así que ahora, cuando me encuentro así, suplico que baje y ponga un paño sobre mi frente y me cuente historias de animales que hagan que mi fiebre baje. Porque crecer, creo que no voy a crecer más.

domingo, 13 de enero de 2013

¿Y tú de quién eres? (I)


- ¿Y este de quién es? -preguntó un niño que de repente freno su bicicleta para saludar al imbécil que me increpaba durante el verano en Cenizate.

- ¿Esteee...? ¡Chorra!¡De Garrampón! -contestó el gilipollas.

¿De Garrampón? Con nueve años me estaba haciendo la pregunta del millón. Yo siempre había pensado que a mi abuelo le decían el morenete o negrete. Y mi abuela era la Vitoria. Cuando hacían esa pregunta era lo que yo siempre contestaba a la gente mayor: "Hijo, ¿y tú de quién eres? Yo, soy el nieto la Vitoria". Pero aquel rubio mellado me había dicho de Garrampón y con mi mente infantil pero cabezona como siempre me fui en mi BH cerro Calvario arriba hacia a casa porque era la hora de comer y seguramente mi madre habría hecho los macarrones con tomate y chorizo que me había prometido por la mañana.

Entré en casa lanzado. Al abrir la puerta, el olor a chorizo salía de la cocina. ¡Perfecto! Cogí la bici y la entré hasta el patio dejándola colocada junto al pozo, a la sombra de la parra, y fui corriendo a la cocina para acabar de cerciorarme que lo que había para comer eran macarrones.

- Mmmmm! ¡Qué bien huele! -dije inclinando la nariz hacia la olla donde mi madre removía ya el tomate con la pasta.

- ¿Qué tal hijo? ¿Dónde has ido hoy?

- ¡A la peña el Águila! Aunque no se muy bien porque aún le llaman así. Al águila hace tiempo que se le cayó el pico.

- ¡Jajaja! Tienes razón. ¿Pero has ido tú solo?

- Sí. -asentí con la cabeza mientras a la vez bebía un vaso de agua de un trago. Mi madre no acababa de entender como un niño tan social en la ciudad, era tan insociable en el pueblo.

- Deberías ir a los Jardinillos y jugar con los otros niños. -me miraba poniendo cara de como si aquello fuese el mejor plan del mundo.

- En el parque los niños son tontos y no quieren jugar conmigo. Además hay uno mellado que se mete conmigo.

- ¿Si? ¿Y quién es? -atraje toda su atención y por un momento dejó de remover los macarrones.

- No sé cómo se llama -de hecho aún no se cómo se llama, pero creo que sigue siendo un gilipollas.- ¡y además dice que soy de Garrampón!

Mi madre se echó a reír y a mí me cambió la cara de repente a más enfadado. No sabía que quería decir eso de Garrampón. Pensaba que era algún insulto de pueblo o algo así. Garrampón, garrampón retumbaba en mi cabeza. Parecía que todo el mundo en el pueblo conociese el significado de esa palabra menos yo. Y ahora parecía que mi madre también se estaba riendo de mí. Finalmente paró. Al igual que a mí le encantaba dejarme con la intrigra del significado de las palabras. Y yo era un cabezón y un cansino. Era capaz de coger el diccionario o la enciclopedia para saber el significado de la dichosa palabra que me había puesto. Pero estaba en Cenizate y encima intuía que esa palabra no iba a estar en el diccionario. Así que insistí.

-¡Mamaaaaá! ¿Qué quiere decir Garrampón? -Ya con ojos vidriosos.

- Está bien hijo, tranquilo, te lo contaré después de comer.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Hierro en los labios



Desorientado, con la sensación de que la sangre recorre todo mi cuerpo en sentido ascendente, mientras un gusto ferroso invade mi boca, en la primera persona que pienso es en ti. Así que estiro el brazo para pulsar el botón de descolgar y susurro: "Llamar a Laura."

Mi coche reconoce al instante mi voz y contesta. "Llamando a Laura al móvil. ¿Es correcto?" Aunque me cuesta mucho hablar lanzo un sí. Los segundos se hacen minutos mientras oigo los tonos del teléfono. Deseo que detrás de ellos aparezca rápidamente su voz.

- ¿Si?- un tono de incredulidad contesta al otro lado- ¿De verdad eres tú?

- Necesitaba oír tu voz y necesitaba decirte que aún te quiero.

- Lo nuestro acabó hace siete años. ¿Lo sabes? No sé a qué viene esto ahora. Creo que voy a colgar.

- ¡No, no, no! ¡Espera! ¡No cuelgues por  favor!

- ¿Pero qué te ocurre?

En ese instante me preguntaba cómo había llegado hasta ese lugar. Cómo había podido haberme degenerado tanto y no haber aprendido a vivir sin ella. Cómo había echado mi vida a perder echándola de menos. Por qué la había substituido por el alcohol y otras mujeres que no habían acabado de llenar el hueco que ella había dejado. No podía dejar de pensar en ella. 

- Me equivoqué al dejarte marchar.

Hace siete años ella era el centro de mi vida. Era el pilar que sustentaba mis ilusiones. Tenía la sensación que todos mis planes de futuro se habían ido un día por la puerta después de una sesión de peluquería. ¿Qué cojones le diría la peluquera para que se marchase de repente? Era incapaz de comprenderlo, y mientras tanto, yo, continuaba buscando aquello que había perdido.

- ¿Qué quieres de mi?

- Perdona. Solo quería oír tu voz.

- ¿En serio? ¿Después de siete años? ¿Ahora?

El otro día la vi paseando con otro de la mano. Hacía siglos que no volvía al pueblo. Se les veía realmente felices. En aquel momento comparé su vida con la mía. Yo no había conseguido nada. Seguía con mi mismo trabajo y mis mismas fantasías. En cambio ella, estaba radiante. El volumen de su tripa indicaba que estaba en estado. Yo solo quería ser feliz, pero lo único que hacía era martirizarme más y más.

- Sí- contesté con lo poco de aliento que me quedaba en la boca.

- ¡Tu estas loco!

El silencio inundó el habitáculo del coche, mientras pensaba que decirle. Cogí fuerzas y pregunté.

- Laura, ¿eres feliz?

Después del choque brutal, desorientado, bocabajo y atado al asiento con el cinturón de seguridad,  la sangre recorría todo mi cuerpo en sentido ascendente, mientras un gusto ferroso no dejaba de invadir mi boca. Después de tres vueltas de campana, había acabado empotrado contra un árbol cercano a la carretera. Me encontraba encerrado en aquel amasijo de hierros. No podía moverme. La echaba de menos. Ya no sentía dolor. Mi visión empezó a nublarse y mi vida acabó.


Dedicado a ti. Que aunque lejos, siempre me das ese ligero empujón para que continúe siendo como soy.


viernes, 23 de marzo de 2012

La Ecuación


Guardado en mi borrador desde hace más de un año...

La historia que voy a contaros hace meses que ocurrió. Es la historia de A, B, C, D y E

Donde A es una chica joven que acaba de sacarse las oposiciones. Que trabaja cerca de su casa y que hasta hace poco salía con F. Pero esa es otra incógnita que ahora no desvelaré. El caso es que A dejó a F por B. A y F ya estaban muy mal, pero definitivamente el desencadenante de la ruptura fue B. Que por aquel entonces le dedicaba mucho tiempo a A. Pasaba horas y horas chateando con ella a través del Facebook. Intentaron mantener en secreto una relación que en el trabajo día a día se hacía más evidente.

C también es un chico joven, le encanta la fiesta y esa noche iba a por todas. No tenía nada que ver con D, una chica tímida que después de su última ruptura solo deseaba ir de flor en flor y lo estaba consiguiendo sin llegar a sentirse demasiado bien. No como C, un experto en la noche y en relaciones exporádicas. 

E no sabe que es lo que quiere hacer con su vida. La vida le sonríe desde hace poco. Tiene un trabajo estable y reconocido. Tiene buenos amigos y alguna que otra amiga especial. Pero eso no le acaba de llenar. E se siente claramente atraído por D. El problema es que solo A y a lo mejor B lo han descubierto.

Dentro de esta ecuación hay una cena y una fiesta de por medio. Una fiesta con unos cuantos cubatas de más que hace que cada uno saque lo que lleva dentro. A y B hacen como si no hubiera nada entre ellos, desde la mirada incrédula sobretodo de C, que está harto de la situación y de que le tomen por tonto. E simplemente se ríe viendo como sobreactúan y como A y B se esfuerzan por aparentar que no están juntos. Mientras tanto, en el otro lado del ring C y D tontean. C intenta simplemente evitar a A y B, no quiere saber nada de ellos. D, se decide. En este momento va a la caza de otra flor más. Y E simplemente mira atónito como se le escapa D con C esa noche.

¿Quién soy? ¿A, B, C, D o E? Eso te lo dejo a ti.  
Piénsalo y resuelve la Ecuación.

jueves, 22 de marzo de 2012

El camino del guerrero


El guerrero dejó que la lluvia cayese sobre él al salir de aquella casa. Ya nada le importaba, ya nada había a su lado que le diese fuerzas para seguir viviendo. Lo había perdido todo. Solo le quedaba su vieja espada que un día su padre le regaló cuando alcanzó la mayoría de edad y la sabiduría en el corte del mar del este.

Ahora miraba el horizonte que se teñía en un rojo grisáceo. Los frondosos árboles se movían por el viento que dirigía la lluvia en un único sentido, en una única dirección. Hundía sus pies en el fango sintiendo el frio recorrer cada una de sus venas. Tras él, su casa ardía en llamas, era incapaz de reconocerla, pero era el único lucero en aquella oscura noche de primavera. Recuerdos se acumulaban en su espada de vivencias vividas dentro de ese lugar que en pocos instantes solo sería ceniza. Aún podía sentir a su madre en la cocina preparar el té. Aún podía ver a su padre escribir en tinta las antiguas oraciones que un día su padre le enseñó.  Aún podía oler el perfume del almendro en flor que ahora ardía rápidamente.

Mientras las gotas de lluvia se deslizaban por la hoja de su espada que sostenía con la mano derecha. En la izquierda, arrugada ya, una nota de su amada en la que solo se podía leer: Siempre he estado orgullosa de ti. Llevaba tiempo guardándola pero ahora era el momento de deshacerse de ella, de intentar alzar el vuelo y enfrentarse al camino que el destino le había brindado. Sabía que integrar todo lo que le había sucedido no le sería fácil. Pero no tenía más remedio que hacerlo. Cogió fuerzas de donde no las había y corto el aire de forma horizontal para eliminar todas las impurezas que pudiesen haberse quedado en su espada y la guardó en su funda.

Empezó a correr, tenía claro hacia donde tenía que dirigirse. Hacia una nueva vida, al otro lado del valle. Hacia un nuevo sentido, un nuevo recorrido. Aprendiendo de lo vivido, pero viviendo en presente. Ahora él, era el último guerrero y tocaba luchar.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Te echo de menos



Te echo de menos. Y es extraña la sensación que tengo. Me pregunto dia a dia si a ti te pasará lo mismo. A veces miro el móvil fijamente y deseo que suene y que seas tú quien llame. Pocas veces ocurre eso, pero cuando ocurre, cojo el teléfono lo más rápido que puedo y hablo contigo. La conversación no es para nada amorosa. Entre tú y yo, de momento, no hay eso. Y pienso si es culpa mia porque no te dejo las cosas claras desde el principio.

Hablo contigo y algo en mi interior se remueve y me hace sentir bien cuando cuelgo el teléfono. A veces también te llamo. Intento no ser pesado. Intento no ser siempre yo el que llame intentando descubrir si tu también estas interesada en mi. Y deseo que me eches de menos como lo hago yo.

Cada semana que pasa se me hace más duro no saber nada de ti en tres o cuatro dias. No puedes salir de mi cabeza. Porque esa energia que fluye en mi interior cuando cuelgo el telefono y se que voy a quedar contigo vuelve a fluir cuando por fin lo estoy. Me jode que se me pase el tiempo tan rápido y tan bien cuando estoy a tu lado. Si pudiese pararía el reloj cuando estoy sentado cerca tuyo. Creo que en aquel momento te diría todo lo que siento por ti. Pero tú, congelada en el tiempo no lo escucharías. Si no fuera por los limites del tiempo no querría dejar de estar contigo.

Me siento drogrado de ti. Al volver a casa, vuelvo a tener la misma sensación. Esa energía vuelve a fluir, me ilusiono de ti y deseo que no pase tanto tiempo hasta que te vuelva a ver. Dias mas tarde, esa energía se diluye. Y entonces empiezo a pensar negativamente. Me estoy haciendo ilusiones. Eres solo una amiga que quiere un amigo. Eres solo una amiga. Y tengo dos opciones. Esperar y sufrir pensando en que no sabré de ti, o llamar.

Y vuelvo a llamar, y vuelvo a tener la sensación de que te tengo y te puedo tener cerca. Hoy me he dedicado a escucharte. Solo a escucharte. No has parado de hablar de las cosas que te han pasado en el tiempo que hemos estado sin vernos, pero sentía la necesidad de escucharte. El placer de escuchar y sentir como la otra persona se abre completamente a ti. Sin tapujos, sin mentiras, sin alardes. Despues de casi dos horas has parado de hablar. ¿Necesitabas hablar con alguien o necesitabas hablar conmigo?

No se si esa energía es lo que llaman amor. Pero esa energia es la que siempre me ha movido y me ha hecho sentir vivo. Por eso creo que no quiero decirte nada. Por eso creo que no tengo que decirte lo que siento. Porque si tú no sientes lo mismo, esa energía se me apagará.

No sé qué me pasa. Debe ser esta tarde lluviosa. Debe ser que estás conectada y por eso esta tarde se me ha vuelto a despertar la misma energía de ayer. Y la misma del miércoles cuando supe de ti después de tanto tiempo. Y la misma que siempre que pienso en ti.

No se si debería publicar esto. Porque esto me delata y hace público lo que siento por ti. Creo que te enviaré un mensaje: “Quiero verte, no se por qué, te echo de menos.”

domingo, 2 de octubre de 2011

Jugar a matar


Aquel bichejo enseñaba los dientes intentando dar una bocanada de aire mientras un balín de plástico le atravesaba el abdomen.

- Tienes buena puntería- decía la tía de un niño de 9 años que empuñaba una replica de una 9mm de plástico.

El niño volvió a disparar. El murciélago aún se movía, abría las alas intentando volar desesperadamente. Una niña de 6 años contemplaba la escena horrorizada y gritaba.

- ¡No le mates! ¡Es un ser vivo!

Y un niño de 4 miraba más la pistola que al bichejo, ahora ya falto de vida tras el último disparo del primero. Su tía después de ver la escena se marcha en dirección a casa como si todo lo allí acontecido fuese normal y no tuviese ninguna importancia.

- ¡Aleee! ¡Vamos a comer!- impera la tia a sus tres sobrinos dándoles la espalda ya camino a casa.

Mientras el niño y la niña pequeños se alejan de la escena de aquel simple crimen, el niño de 9 mira el murciélago ya sin vida y lo toca con el pie para asegurarse de que esta muerto. Cuando ve que ya no hay nada que hacer y que se ha quedado solo, se marcha con el resto.


Esta escena la contemplaba yo, atraves de la cortina de la ventana de mi cocina mientras comía unos deliciosos macarrones hechos el día anterior. Como el que mira en el telediario la noticia de un ataque bomba en Palestina, en el que aparecen cuerpos desnudos y mutilados por una explosión. Ni te inmutas mientras comes. Pero aun así, reflexionas sobre lo ocurrido y piensas en lo ético de comprarle a un niño un juguete en forma de arma de fuego. Se me retuerce el estomago de pensar en que existen países en los que hay niños que empuñan armas de fuego y son utilizados como soldados.

Estaba mas horrorizado por momentos que la niña de 6 años que pedía clemencia para el murciélago. Eso me hizo reflexionar y pensar en mis futuros hijos y en sus juguetes.

Y mientras pensaba, el niño de 9 años volvió a aparecer de repente, mientras yo ponía mi plato de macarrones a remojo. Y por si no había tenido bastante volvió a disparar contra el murciélago vaciando así el cargador de su pistola de plástico.



(Hace unos días, de camino al trabajo, una madre llevaba de la mano a su hijo a la escuela. En la otra, el niño, empuñaba una Colt 45 que no paraba de disparar en todas direcciones.
Cuando me vió. Me miró, apuntó guiñando el ojo y disparó.)