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martes, 12 de julio de 2011

10 de julio y muchos días tachados en el calendario

"Chemin montant dans les hautes herbes" de Renoir

Nervioso, buscando mis gafas para hacer natación, intentando intentar no pensar demasiado en todo lo que me estaba pasando, la encontré. Estaba en el fondo de mi mochila. La cogí, la miré fijamente y me acordé de ti. 

Hacia tanto que no sabía de ti que no tuve mas remedio que dejarla caer sobre la cama e ir corriendo al ordenador. Pensaba que el Facebook me reconfortaría viendo imágenes de tu vida. Actuales. En las que yo ya no formaba parte de ti. 

Lo único que conseguí fue comparar tu vida con la mía y creer que la tuya es mucho mejor. No pude evitar ver una galería de fotos tuyas en Egipto. Paré en una foto. En la que tienes la nariz manchada de chocolate y con una sonrisa plena intentas manchar al cámara que en ese instante te hace la foto. La miré fijamente y lo único que conseguí es que una lágrima comenzara a caer de mi ojo izquierdo. Así que volví a la cama, la cogí y la guardé dentro de un sobre blanco en el que conservo fotos de María y lo coloqué entre los libros de mi estantería.

Meses más tarde, lo había superado, pero estaba desesperado, me sentía desgraciado. Muy desgraciado. Me encerré en la habitación. Y empecé a llorar. Esta vez sabia por qué lloraba, lloraba por una mujer. No podía parar, lloraba tanto que al final se convirtió en una muestra de ira cuando me levanté y junto con un chillido pateé la estantería de libros. No tuve suficiente, y la cogí por los extremos y la lancé contra el suelo. Los libros, apuntes y documentos estaban esparcídos por el piso. Conseguí calmarme y cuando recuperé el aliento, vi lo que había hecho. Empecé a recoger los libros del suelo. Entre ellos estaba el sobre blanco. Estaba medio roto y asomaba una de las fotos. Me arrodillé a recogerlo sabiendo lo que allí encontraría. 

Abrí el sobre y la vi de nuevo, meses mas tarde. Era mi libreta roja. Sonreí y recordé lo que me gustaba escribir y lo bien que me hacia sentir. Así que la abrí y comencé a leer todo lo que había escrito. Antiguos textos publicados en el blog y no publicados por falta de final, o demasiado personales , o demasiado cortos como para ser enseñados. Los leí todos. Al acabar, continué pasando las páginas en blanco de la libreta deseando que en ellas hubiera una frase que me ayudase a volver a escribir. Esperaba que alguien se hubiera colado en la intimidad de mi libreta y me hubiera escrito algo. 

Y entonces lo encontré. En la antepenúltima página de mi libreta roja decía:

"Me encanta que escribas. Sigue así, hijo."