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jueves, 2 de diciembre de 2010

Tulipán de mar


En un tren sin nada que hacer, ni portátil, ni mp3, ni mi libreta roja donde escribo mis textos, en fin, nada. Me paseo de arriba a abajo. Voy hacia el bar creyendo que a lo mejor allí alguien me da conversación. Definitivamente, como no la encuentro pido una cerveza y hojeo uno tras otro todos los diarios del día. Cuando ya me he cansado decido coger la revista de Renfe y dirigirme a mi asiento. Una vez allí ojeo la revista intentando encontrar algo interesante que leer y intentando evitar el exceso de propaganda que ello conlleva. Cierro la revista y frente a mí, queda una azafata poco atractiva que sin dirigirme palabra me extiende unos auriculares. 

Hoy ponen Encadenados. Un bodrio protagonizado por Jennifer Aniston apto para narcolépticos. Paso de canal, porque mi última opción contra el aburrimiento es encontrar algo de música que me guste. Me conformo con lo que hay en el canal 5. Es música relajante. Cierro los ojos. Entonces, una voz en off me dice:

Tulipán de mar

John Fisher era un marinero de unos treinta y tantos. Se había pasado la mayor parte de su vida yendo y viniendo, atracando en la mayoría de puertos conocidos de Europa. Era el cocinero de un barco que transportaba tulipanes de Holanda a prácticamente todo el mundo. Al llegar a Amsterdam debían hacer una parada técnica para repostar, descargar la mercancía y recibir nueva para dirigirse más tarde a otro lugar.
Después de preparar la comida para sus compañeros, decidió salir y conocer la vida diurna de esta ciudad. La nocturna ya la conocía. Comenzó a recorrer las calles parándose en algunos escaparates que le llamaban la atención. Al cruzar uno de los canales y llegar al mercado de las flores, no dudo en parar a mirar las variedades que allí había. Se quedó asombrado de la variedad floral de un puesto en concreto. La dependienta, alta, rubia y con ojos claros se quedó mirándole mientras acaba de recoger porque su turno había acabado. John cogió un tulipán y lo pagó. Acto seguido se lo regalo a la vendedora que instantaneamente se sonrojó.
Aquella tarde pasearon recorriendo la ciudad. Cerca de la plaza Damn ella entró en una tienda de ropa. Eligió una camisa a cuadros y obligó al marinero a que se la probase. Su primer beso fue mientras ella le abrochaba los botones de la camisa. Bonito romance -pensó el señor Fisher- con triste fecha de caducidad. Como si el tiempo no le importase intentó disfrutar al máximo aquel momento mágico.
A la mañana siguiente, el barco tenía que zarpar, y a él no le quedaba más remedio que hacerse a la idea que posiblemente tardaría meses en volver a aquella floristería. Mientras el barco salía del puerto, John Fisher apoyado en la barandilla miraba incesante el astillero esperando una despedida. Aún sentía el olor a ella en su camisa a cuadros. Cerró los ojos y dejó que la brisa marina se mezclase con aquel aroma...

"Próxima parada, Barcelona Sants."

Me quite los cascos, cogí mi maleta y salí del tren. Casualmente al lado del cajero expendedor de billetes había una floristería. Compré un tulipán. Y como el vendedor era vendedor y no vendedora, y mi camisa no era a cuadros, me lo traje a casa. 

PD: Se está marchitando...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Juan!! he leído varias entradas y la verdad es que me han gustado mucho! al final me haré una seguidora de tu blog jejejeje.

Ah!! me alegro que no le regalases el tulipán al vendedor xDDD

Besos!!
***Luz María***

eme dijo...

todo un escrito, si señor! :)